Por Sebastián Dumont
Cristina Kirchner le ganó de mano a todos con la publicación del documento de este miércoles. Extenso, 33 páginas para no perder la costumbre de sus largas charlas desde las cadenas nacionales a la gira para presentar su libro “sinceramente”. O las cartas que escribió durante el gobierno de Alberto Fernández, que era el suyo, pero aún sigue sin darse por enterada. Para ella, su paso por el poder ejecutivo se terminó en 2015. Y le dio paso a Mauricio Macri, con quien polarizó la escena política durante estos 15 años. Ahora, vuelve a marcar la agenda y se coloca en la antípodas de Milei al que considera un “showman” que recicla lo peor del gobierno de Macri. Allí apunta. Es el regreso de una polarización cansadora. Justo cuando se estaba apagando e intentando nacer con otra lógica, CFK intenta revitalizarla ante un peronismo aún desconcertado en su búsqueda de nuevos liderazgos. Ella asegura el propio.
La advertencia de Cristina en el largo texto, muy cuestionado desde la técnica económica – aquí la dejaremos de lado, para centrarnos en el mensaje político – aparece en el tramo final del mismo. En las conclusiones. Es donde plantea que el gobierno de Javier Milei podría no terminar. “La legitimidad de origen que da el voto popular no debe hacerle perder de vista al actual mandatario la legitimidad de ejercicio en la gestión de gobierno, que sólo podrá ser lograda a partir de mejorar la calidad de vida de los argentinos. En ese sentido, cabe recordar que otras fuerzas políticas ….no pudieron terminar sus mandatos cuando no lograron darle a la sociedad la calidad de vida que los argentinos demandan”. Si esa lógica fuera estricta, el gobierno de Alberto Fernández podría no haber terminado, incluso en palabras de la propia ex vicepresidente al decir que no cumplió con la confianza que le habían depositado.
La reaparición de Cristina Kirchner surge cuando se encamina, aún con más incertidumbres que certezas, un acuerdo con el ala dura del Pro. Los términos finales se guardan bajo siete llaves y será solo con el sector más duro del partido creado y que volvería a ser presidido por Mauricio Macri. Es la partida de defunción de Juntos por el Cambio por si hiciera falta sellar esa desaparición política que forma parte de la reconfiguración del tablero político argentino tal como se conoció desde que la confrontación giró en torno a Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Ya hemos ingresado en otra etapa, donde la grieta continúa pero con otros protagonistas y discurso. Ella quiere subirse a ese sitial. Lo que está sucediendo ahora es la manera en que se acomodan las fichas en el tablero, es decir los dirigentes que, en su mayoría, han perdido prestigio a lo largo de estos años. De allí se explica la relevancia que ha tomado Javier Milei.
Esta descripción podría empujar al radicalismo a los brazos de un peronismo que busca, al mismo tiempo, encauzarse atrás de un nuevo liderazgo que aún no aparece. Sin él, su reorganización será compleja. Inevitablemente de abajo hacia arriba. Atomizado y obligado a buscar su desembocadura. Corre el riesgo de fragmentación al estar afuera del poder, como le pasó al radicalismo tras la caída de Fernando De La Rúa en 2001. Pero aún es prematuro para evaluarlo. Lo que sí está claro es el rol que van adquiriendo en el esquema ciertos gobernadores.
Por un lado, el cordobés Martín Llaryora y el bonaerense Axel Kicillof. Con perfiles distintos, afrontan el poder territorial masivo del peronismo desorganizado. En el caso del bonaerense, le apuntan porque aún se salva de la motosierra mayor como sí ya la sufre Córdoba con el recorte de los subsidios al transporte. Si esto sucediera en los mismos términos con el AMBA, la situación social podría tornarse muy compleja. Siempre la caja de resonancia está en la provincia de Buenos Aires puntualmente en el GBA.
De allí que cobre relevancia la descripción que hizo Jorge Lanata el sábado en Clarín sobre algo que hemos escrito muchas veces. Y es lo que sucede o no, cuando la clase media es la más castigada a la hora de los ajustes como sucede ahora. “Marzo y abril serán los meses más difíciles», reconocen. Y apuestan a no tener desborde social porque los más afectados serían los sectores de la clase media “que no tiran piedras, si hay un desborde social es organizado, no espontáneo”.
Por las dudas, los alcaldes van tomando precauciones en sus distritos. El aumento del pedido de comida en las oficinas de desarrollo social se ha disparado a niveles similares a lo visto en 2001. Algunos han avanzado en medidas como, por ejemplo, el intendente de Merlo Gustavo Menéndez que replicó la experiencia de Eduardo Duhalde en 2002 cuando convocó a la mesa del diálogo argentino con eje en la iglesia católica. El jefe comunal que inició su tercer mandato hizo un llamado donde sentó a las iglesias locales, ONG, y representantes de diversos sectores de la sociedad civil.
Hay que prestarle atención a un elemento que se da con esta tensión deliberada o no entre el Presidente y los Gobernadores. Sobre todo con la provincia de Buenos Aires. Al reducir casi a 0 los envíos no automáticos de fondo y exponer los gastos que tienen las provincias – llámese pauta publicitaria, gastos en recitales etc.- el Presidente pone sobre la superficie las habilidades que vayan a tener los mandatarios para gobernar con éxito sus distritos. Por lo general, la labor del gobernador paga menos costos políticos cuando hay crisis severas porque queda como el jamón del sándwich entre el Presidente y los intendentes como responsables directos. Si la economía no funciona, al primero que se mira es al presidente. Si una obra se para o la inseguridad arrecia, al primero que se le quejan es al intendente. La figura del gobernador se desdibuja. Lo que es una gran ventaja al momento. Ahora esa lógica podría mutar si esta impronta prosigue.
De hecho, la provincia de Buenos Aires ha tenido a lo largo de los años gestiones provinciales flojas que al mismo tiempo mantenían alta imagen. Uno de ellos, Scioli, terminó siendo candidato a Presidente y estuvo a punto de ganar. Con Axel Kicillof sucede de manera similar. Ahora tiene el desafío de mostrar gestión con menos recursos. Y sobre todo con la mirada puesta de la opinión pública. Asistiremos al juego eterno del reparto de responsabilidades.
En este contexto, y centrándonos en la provincia de Buenos Aires, el Presidente tiene la oportunidad de quebrar la unidad entre el gobernador y los intendentes estableciendo una relación política directamente con estos últimos. ¿Está dispuesto? No parece aún. Lo intentó Guillermo Francos en alguna charla que tuvo con ellos, siempre dadores voluntarios de gobernabilidad.
En las próximas horas se verá si la tensión cede y se abre un período de negociación a la vieja usanza. No es lo que está en los genes del Presidente cada vez más convencido de su relación directa con la gente. En la publicación que efectuó en sus últimas horas en Israel, se destacan dos frases de Javier Milei muy importantes. Fue cuando él dice estar dispuesto a pagar el costo político y que no viene a perpetuarse. Son dos posiciones muy relevantes que explican el corazón del desconcierto de la política tradicional que, toda la vida hizo lo contrario: trató de no pagar costos políticos para poder gestar un proyecto de perpetuidad. Quizá allí radica el punto más importante de este fenómeno que se vive.